In Essentia

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¡para!

párate, detente, respira, escucha

A veces, la vida se me acelera tanto, que me olvido de que soy yo la que llevo las riendas y tengo el poder de decidir.

Me descubro repitiendo para… párate Raquel…para…para….como un mantra: me lo digo a mí misma. También se lo digo a mis clientes, lo comparto con otras personas, familia…amigos…

Y lo digo en alto, porque en el fondo, mientras lo hago, me lo estoy repitiendo a mí misma. Es mi medicina.

Es una llamada a regresar, a recordarME que debajo del ruido, hay un lugar que siempre  me espera. Ese lugar soy yo, eres tú, somos nosotros. 

Corremos porque tememos. Hay miedo detrás de la carrera. Siempre.

Llenamos la agenda, la mente, el cuerpo… porque nos da miedo el silencio que aparece cuando todo se aquieta. Como si la pausa abriera una grieta en la que puede asomar lo que duele. No pensar.

Yo aprendí de niña, que lo de fuera era más urgente que lo de dentro.

Que había que ser rápida, eficiente, complaciente. Y en esa carrera interminable, me fui desconectando de mí.

Cada vez que consigo detenerme, aunque sea un instante, no importa, aparece algo precioso: un espacio de calma donde me encuentro.

Érase una vez....

Cuentan que había una niña que levantaba casas de papel.

Cada mirada, cada expectativa, cada “sé así” que recibía, se transformaba en una nueva construcción: una casita para agradar a papá, otra para no defraudar a mamá a su hermana, otra para encajar entre las amigas, otra para no molestar en casa, en el trabajo,  Y así, rodeada de paredes frágiles, se pasaba los días levantando muros que no la protegían de nada, solo la alejaban de sí misma.

Un día, el viento sopló fuerte. Las casas comenzaron a doblarse, a romperse, a volar. Y la niña, en lugar de desesperarse, se quedó mirando cómo caían.

De las tres formas del miedo, su cuerpo, su mente su alma, eligió el shock.

Allí, entre los restos de pape y gracias a esa paralización, a no huir, descubrió algo que siempre había estado oculto: la tierra desnuda. Su propio suelo.

Comprendió entonces que no necesitaba seguir construyendo refugios ajenos, que lo único que necesitaba era tener el coraje de habitarse a sí misma.

Ese día dejó de levantar fachadas y empezó a construir, despacio, un hogar interior donde poder descansar.

Esa niña somos todos

Todos hemos aprendido a disfrazar la vulnerabilidad con movimiento, prisa, exigencia.

Algunos lo hacemos llenando la agenda con quedadas, convirtiéndonos en workholic, o  llenando la cabeza con pensamientos rumientes, otras comiendo, otras haciendo maratones en el gym, otros follando…con sexo vacío, dopamina.

Cambian las formas, pero la raíz es la misma: evitar el encuentro con lo que duele.

La verdadera diferencia está en “para qué hacemos lo que hacemos”.

La actividad sana surge del deseo, de la necesidad auténtica, de algo que nos repara.

La actividad neurótica nace del miedo, de la creencia de que “si paro, me hundo”.

Y en esa huida frenética nos entrenamos en la ceguera: dejamos de ver lo que nos duele, y también dejamos de ver lo que nos alegra, lo que nos nutre, lo que nos da vida.

El mundo nos distrae desde pequeños: pantallas, obligaciones, deberes. Tienes qué, debes de, máscaras, corazas.

Nos dicen que parar es perder el tiempo, cuando en realidad detenerse es el acto más valiente.

Porque parar es volver a ti.

Y sí, a veces, al detenerte, puede aparecer algo incómodo, una emoción que no esperabas, un miedo antiguo. Pero al menos será verdadero. Y lo verdadero siempre es el primer paso hacia la libertad.

La prisa no nos protege, nos adormece.
La quietud, en cambio, nos despierta.

La próxima vez que te descubras atrapado en el frenesí, prueba a detenerte un segundo. Abraza la incomodidad del momento.

Respira. Pregúntate:

¿Qué estoy evitando al moverme tanto?
¿Y qué encontraría si me atreviera a parar?

Ese es el comienzo del viaje: dejar de correr fuera y empezar a caminar dentro.

Y si decides recorrerlo conmigo, lo haremos paso a paso:

  • creando un espacio seguro donde puedas quitarte las máscaras
  • poniendo palabras a lo que sientes, aunque duela
  • aprendiendo a escuchar a tu cuerpo y sus señales,
  • descubriendo que dentro de ti ya existe la calma que buscas afuera.

Ahí empieza el verdadero acompañamiento: contigo, con tu verdad, con tu vida.

Yo te acompaño en ese viaje. No hay nada como ir de la mano de alguien que se ha reconocido ahí, que se reconoce a veces, y que ha sabido transitarlo el 80% del tiempo.

Si te ha gustAdo y te apetece, coMpártelo!!

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CÓDIGO: RAQUELGONZALEZ

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